She’s a copperheaded waitress,
tired and sharp-worded, she hides
her bad brown tooth behind a wicked
smile, and flicks her ass
out of habit, to fend off the pass
that passes for affection.
She keeps her mind the way men
keep a knife—keen to strip the game
down to her size. She has a thin spine,
swallows her eggs cold, and tells lies.
She slaps a wet rag at the truck drivers
if they should complain. She understands
the necessity for pain, turns away
the smaller tips, out of pride, and
keeps a flask under the counter. Once,
she shot a lover who misused her child.
Before she got out of jail, the courts had pounced
and given the child away. Like some isolated lake,
her flat blue eyes take care of their own stark
bottoms. Her hands are nervous, curled, ready
to scrape.
The common woman is as common
as a rattlesnake.
– Judy Grahn (de The Common Woman Poems)
Ellen, en uniforme de trabajo, sobre la ruta 80
Ella trabaja en un bar.
El pelo, cobrizo. El cuerpo, cansado. La lengua, filosa.
Disimula su diente cariado con una sonrisa torcida.
Zigzaguea entre las mesas
para esquivar el manoseo que finge ser caricia.
Afila la mirada como los tipos afilan un cuchillo:
así saca su mejor tajada. Tiene huesos delgados,
se zampa los huevos cuando están fríos, dice mentiras.
Si los camioneros se quejan, los sopapea
con un trapo mojado. Entiende la fatalidad del dolor;
desdeña, orgullosa, las propinas miserables;
y esconde una petaca bajo el mostrador.
Su novio abusó de su hija; ella le pegó un tiro.
Cayó presa; la justicia de un zarpazo
le sacó a la hija. Como un lago solitario,
sus ojos azules, gélidos, son guardianes
de su propio abismo. Sus manos, nerviosas;
sus dedos como garras
listas para el ataque.
La mujer común tiene tanto de común
como una serpiente venenosa.
[versión de Isadora Paolucci]
Elena, de delantal, en un bar de la Ruta 80
Ella es moza, de melena cobriza y está
agotada. De lengua viperina, esconde
tras su sonrisa burlona el diente picado
y zarandea el culo por costumbre pura,
para esquivar la palmada que pretende
hacerse pasar por caricia.
Lleva su actitud como un hombre lleva
su navaja: alerta por si hay que sacarla
a relucir. Su espina es fina, engulle
huevos enteros y dice mentiras.
Si algún camionero se queja, lo golpea
con el latigazo de un trapo mojado.
Entiende bien la necesidad del dolor,
a las peores propinas, altanera, las devuelve,
y oculta su petaca debajo del mostrador.
Le pegó un tiro a un chongo porque abusó
de su hija. Mientras estaba presa,
el juzgado atacó y la nena quedó
en adopción. Como el agua de una laguna
inaccesible, sus ojos azules, impávidos,
protegen su íntimo, inhóspito fondo.
Sus manos están siempre crispadas, listas
para dar el zarpazo.
La mujer común es tan común
como una víbora venenosa.
[versión de Daniela Camozzi]
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